Mirada al Mundo

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Lugar: Leganés, Madrid, Spain

Informático jubilado, mayor, leer todo, escribir, gozar con el mundo, gozar con la vida, vivir

24 noviembre 2006

PEDIR LO JUSTO




No lo que es de justicia, sino lo que es preciso, sin exageraciones, ni fantasías, pedir lo que nos falta y nos pueden dar, en definitiva no pedir, sino esperar.

Los mayores tenemos una cierta inclinación a creer que nos merecemos más de lo que nos dan, en el caso de los hijos, creemos que nos deben lo que les hemos dado, cuando se trata de cariño, no nos deben nada, nosotros hemos disfrutado de ellos dándoles un amor que nos ha satisfecho, nos ha ayudado a sentirnos realizados, y con solo haberles dado la vida, y verlos crecer, nos han enriquecido.

Es un error esperar a que ellos regularicen el saldo de afecto que les hemos dado, tenemos que ver que ellos tienen su vida, que en esa vida, somos una parte importante, pero no trascendental, ellos tienen también quizá sus propios hijos a los que tienen que atender, y a los que se tienen que entregar, y una mujer a la que le tienen que dar lo que le prometieron en su unión.

Hay en esta relación entre padres e hijos, un equilibrio muy difícil, sobre todo al someterlo a nuestro criterio parcial y un tanto egoísta, les queremos, eso es cierto, pero en ese cariño debe haber un componente de juicio que nos haga ver que hemos pasado a ser de los primeros en su lista de afectos, a tener ya por delante a su mujer y a sus hijos, con lo que a veces nos sentimos un tanto defraudados, pero esto no es así, hemos pasado de una vigilancia continua cuando eran pequeños a una observación atenta de sus vidas y sus progresos.

Antes siempre íbamos por delante de ellos previniendo sus dificultades, allanando su camino, permitiéndolos dedicar su existencia a progresar en sus mentes y en sus cuerpos, les hacíamos la vida lo más placentera posible, quizá previendo las contrariedades que les iban a venir, cuando los años les convirtieran en adultos.

Tener hijos es poder mirarse en ellos y ver en ellos cumplidas parte de nuestras ilusiones, ver en cada uno de ellos aspectos parciales de nuestro afán de realización personal, no obstante, sus vidas actuales pueden verse influidas por el entorno en que sus afanes se desarrollan, por eso tenemos que convertirnos no en el ojo vigilante de sus afectos hacia nosotros, sino en el observador atento y presto a reconocer en sus actos, no las pretendidas faltas de afecto sino las dificultades que tienen para expresar sus sentimientos hacia nosotros y disculpar y reconocer que su cariño hacia nosotros no es más que el reflejo de lo que en su día les dimos.

Todo esto no son sino reflexiones y consejos con los que regularizo mis protestas, unas veces mentales otras menos mentales, pero hemos de reconocer que los hijos son siempre un reflejo de sus padres. ¿Qué a veces nos cuesta reconocer en sus actos, alterados por el efecto de su entorno, sus verdaderos motivos? Pues si, es cierto, pero siempre disculparemos sus aparentes faltas de afecto, con los obstáculos que encierra para ellos el resolver los problemas, hiriendo lo menos posible a quienes les rodean.

Yo me doy esos consejos, pero no siempre es fácil reconciliar el enorme cariño que les tenemos con nuestra creciente falta de afecto que sufrimos al llegar a mayores, pues aumenta nuestra sensibilidad, y como tenemos más tiempo para pensar...

Tenemos que reconocer que el cariño que nos demuestran, en cada caso es el que tienen posible, ya que depende de la capacidad de amar de cada uno, y todos los hijos son distintos.

22 noviembre 2006

POPEYE, con perdon



Ese hombre moreno, muy moreno, atezado, curtido y musculoso, que recorre la playa pisando firme a paso rápido, son incontables las veces que pasa por delante de mí, repasando sus pisadas anteriores, como si tratase de fijar el camino que recorre incansable.

Cuando llegamos, la primera mirada, es al filo de la playa, buscando a Popeye, él no sabe que le llamamos así, se lo pusimos hace años, sigue igual, igual de moreno, y con una actitud de desafío al tiempo; siempre va, como si fuese a una batalla, con la cabeza alta mirando al horizonte, el pecho henchido, con los músculos marcados, los brazos moviendo al compás del paso, que es firme y nada lento.

Siempre hace lo mismo, la misma ruta, llega a un extremo y da la vuelta, al principio más lento hasta que recupera el ritmo, es como un reloj vivo que va marcando, no las horas, solo los tiempos, he comprobado que tarda siempre lo mismo, en ir hacia un lado que hacia otro, solo una leve inclinación de cabeza para eludir un poco el sol de frente.

La curiosidad hizo que un día bajase al borde del agua, la playa es ancha y no aprecio bien las facciones, por eso bajé y le esperé, deseaba verle de cerca, y me llevé una sorpresa, le calculaba unos cincuenta años no más, comprobé mi error, era mayor, al menos unos setenta años, el pelo muy corto, blanco, pero lo demás era tal como lo veía desde mi butaca, firme rápido, pero su rostro no tenía arrugas, su piel se marcaba sobre los huesos de su cara como si se lo hubiera estirado.

¡Popeye! Me hubiera gustado hablar contigo, no eres un tipo vulgar, y seguro que tu conversación tampoco lo sería, pero traté de acercarme a él, pero no hizo ninguna señal de parar, ni encontré lógico forzar el encuentro, quizá no deseaba interrumpir su andar, por lo que no pude hablarle.

Hay mucha gente interesante, curiosa, pero inasequible, es una pena, pues me gusta mucho intercambiar ideas con la gente, así mi mente se enriquece, y cambia de dirección y de color