Mirada al Mundo

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22 noviembre 2006

POPEYE, con perdon



Ese hombre moreno, muy moreno, atezado, curtido y musculoso, que recorre la playa pisando firme a paso rápido, son incontables las veces que pasa por delante de mí, repasando sus pisadas anteriores, como si tratase de fijar el camino que recorre incansable.

Cuando llegamos, la primera mirada, es al filo de la playa, buscando a Popeye, él no sabe que le llamamos así, se lo pusimos hace años, sigue igual, igual de moreno, y con una actitud de desafío al tiempo; siempre va, como si fuese a una batalla, con la cabeza alta mirando al horizonte, el pecho henchido, con los músculos marcados, los brazos moviendo al compás del paso, que es firme y nada lento.

Siempre hace lo mismo, la misma ruta, llega a un extremo y da la vuelta, al principio más lento hasta que recupera el ritmo, es como un reloj vivo que va marcando, no las horas, solo los tiempos, he comprobado que tarda siempre lo mismo, en ir hacia un lado que hacia otro, solo una leve inclinación de cabeza para eludir un poco el sol de frente.

La curiosidad hizo que un día bajase al borde del agua, la playa es ancha y no aprecio bien las facciones, por eso bajé y le esperé, deseaba verle de cerca, y me llevé una sorpresa, le calculaba unos cincuenta años no más, comprobé mi error, era mayor, al menos unos setenta años, el pelo muy corto, blanco, pero lo demás era tal como lo veía desde mi butaca, firme rápido, pero su rostro no tenía arrugas, su piel se marcaba sobre los huesos de su cara como si se lo hubiera estirado.

¡Popeye! Me hubiera gustado hablar contigo, no eres un tipo vulgar, y seguro que tu conversación tampoco lo sería, pero traté de acercarme a él, pero no hizo ninguna señal de parar, ni encontré lógico forzar el encuentro, quizá no deseaba interrumpir su andar, por lo que no pude hablarle.

Hay mucha gente interesante, curiosa, pero inasequible, es una pena, pues me gusta mucho intercambiar ideas con la gente, así mi mente se enriquece, y cambia de dirección y de color

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