Mirada al Mundo

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Lugar: Leganés, Madrid, Spain

Informático jubilado, mayor, leer todo, escribir, gozar con el mundo, gozar con la vida, vivir

18 marzo 2014

FUERZA


                                           



                          

No guarda ninguna relación con la lectura, pero si con la edad, no la nuestra, sino, la edad, en general,  y no he podido resistir la tentación de escribir sobre esta insólita experiencia.


No es más hábil el pulpo por tener muchos brazos,  ni más santo el hombre por ser más bueno, solo es santo el que entrega su vida, sin morir.


Me vinieron a la cabeza recuerdos de un viaje a Benidorm, al leer un artículo de Rosa Montero, sobre un muchacho español, tetrapléjico que vivía solo en una aldea pequeña de Nepal, en una humilde casa, y que se estaba creando una nueva forma de vida.


A veces, un viaje de placer, por obra de un cierto tipo de personas, se torna en una experiencia única, y vemos que lo más desdichado en la vida es lo vulgar, no lo trágico, no la situación que se nos hace extrema e insólita, no el estado casi inmutable de unas personas, que al parecer han perdido todo lo que a los demás nos parece imprescindible.


Yo soy un privilegiado en la vida, es cierto, pero también me encuentro inmerso en un estilo de mundo en el que los que más corren, los más guapos, son los más listos, y eso me ataca.


Íbamos, en invierno, frecuentemente a un hotel de Benidorm,  de tres estrellas, lo de las estrellas no es por presumir, solo es por dar idea del ambiente donde se desarrolla la historia.


Allí estábamos muy a gusto, pues era casi toda la gente de nuestro estilo, mayores, cómodos, y  nos sentíamos relajados,  por las noches bajábamos  a la Discoteca del hotel, pasábamos un rato lo que nos apetecía , tomándonos una copa, ambiente agradable.


Un viaje, bajamos como de costumbre a la discoteca, y aquella noche y las siguientes todo fue distinto, había en las mesas y en la pista un grupo de gente joven muy especial, muy felices, con ganas de juerga, bailando y alborotando.


Solo, que al verlos, pensamos que nos habíamos equivocado de sitio,  todos parapléjicos, en uno u otro grado, todos jóvenes, atendidos por otros jóvenes físicamente bien, y mentalmente fabulosos.


En principio, aquello nos sorprendió, después nos asustó, pues estaban en la pista bailando con un entusiasmo, que incluso ponía en peligro nuestras piernas,  dado que todos iban en sillas de ruedas, y se movían a un ritmo frenético, al hilo de la música.


Aquel entusiasmo, alocado y sin prejuicios, natural, nos llevo a ver que aquella gente era muy especial, no solo por su estado, sino que por sus ganas de vivir, se merecían vivir, y lo hacían como si fueran atletas, con fuerza  y ambición.


Había una chica de unos veintitantos años, paralizada de las caderas para abajo, que en su silla de ruedas, moviéndose rápidamente, bailaba por entre la gente, girando, parándose y moviéndose al ritmo de la música,  y siguiendo el ritmo  con las manos y la cintura, además era guapa, simpática, y se reía y gritaba con un alegría increíble.


También un muchacho de unos treinta años, con un nivel de paralización tal que necesitaba permanentemente la asistencia de una muchacha, pues no solo no se tenía de pié, sino que apenas se mantenía sentado en la silla de ruedas, tenía las manos inútiles, y la cabeza se le caía, retorcida su cara en una máscara extraña.


La chica que le atendía, le daba de comer, con su cuchara, la de élla, y además le sacaba de la silla de ruedas, y le mantenía en vilo, arrastrándole por la pista, tratando de animarle, el hombre apenas hablaba palabras entrecortadas.


Al cabo de unos días, nos dimos cuenta, de que, el valor de aquellos muchachos sin esperanza, y la entrega sin condiciones de los chicos que los atendían, hacían, que el mundo fuese humanidad, y  que mientras existieran aquellos voluntarios, la vida sería algo que merecía ser vivida.


Fue una experiencia muy enriquecedora, aprendimos a ver a los que eran diferentes, como personas que tenían  el valor de vivir,  que solo unas personas excepcionales, podían seguir de pie, donde  el resto estarían con la cabeza hundida en el cieno de la desesperanza.


Vivimos en ciudades, amontonados, pero tan juntos, que no nos vemos, tan pegados que no nos podemos hablar, y tan separados nuestros espíritus, que no existimos más que en lo profundo de nuestros egoístas espantos.


Algún día, volveremos a separarnos, volveremos a vivir, volveremos a pensar que al lado nuestro hay un ser humano, que ríe, sufre, ama o llora, pero no en soledad.


En la soledad,  que piensa en sí mismo, pero a través de su hermano, sin que este vinculo tenga que ser  solo familiar, es su hermano, porque está vivo, porque sus vidas están entrelazadas por el amor.


Resulta más real un ser humano sin brazos ni piernas, pero con la utilidad de su alma, que un hombre aislado entre un millón de hombres.



NO ME GUSTAN LOS PULPOS CON MUCHOS BRAZOS, SIN ALMA NI LOS, NI LOS SANTOS VACIOS.



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