FUERZA
No guarda
ninguna relación con la lectura, pero si con la edad, no la nuestra, sino, la
edad, en general, y no he podido
resistir la tentación de escribir sobre esta insólita experiencia.
No es más
hábil el pulpo por tener muchos brazos,
ni más santo el hombre por ser más bueno, solo es santo el que entrega
su vida, sin morir.
Me vinieron a
la cabeza recuerdos de un viaje a Benidorm, al leer un artículo de Rosa Montero,
sobre un muchacho español, tetrapléjico que vivía solo en una aldea pequeña de
Nepal, en una humilde casa, y que se estaba creando una nueva forma de vida.
A veces, un
viaje de placer, por obra de un cierto tipo de personas, se torna en una experiencia
única, y vemos que lo más desdichado en la vida es lo vulgar, no lo trágico, no
la situación que se nos hace extrema e insólita, no el estado casi inmutable de
unas personas, que al parecer han perdido todo lo que a los demás nos parece
imprescindible.
Yo soy un
privilegiado en la vida, es cierto, pero también me encuentro inmerso en un
estilo de mundo en el que los que más corren, los más guapos, son los más
listos, y eso me ataca.
Íbamos, en
invierno, frecuentemente a un hotel de Benidorm, de tres estrellas, lo de las estrellas no es
por presumir, solo es por dar idea del ambiente donde se desarrolla la historia.
Allí estábamos
muy a gusto, pues era casi toda la gente de nuestro estilo, mayores, cómodos,
y nos sentíamos relajados, por las noches bajábamos a la Discoteca del hotel, pasábamos un rato
lo que nos apetecía , tomándonos una copa, ambiente agradable.
Un viaje,
bajamos como de costumbre a la discoteca, y aquella noche y las siguientes todo
fue distinto, había en las mesas y en la pista un grupo de gente joven muy
especial, muy felices, con ganas de juerga, bailando y alborotando.
Solo, que al
verlos, pensamos que nos habíamos equivocado de sitio, todos parapléjicos, en uno u otro grado,
todos jóvenes, atendidos por otros jóvenes físicamente bien, y mentalmente
fabulosos.
En principio,
aquello nos sorprendió, después nos asustó, pues estaban en la pista bailando
con un entusiasmo, que incluso ponía en peligro nuestras piernas, dado que todos iban en sillas de ruedas, y se
movían a un ritmo frenético, al hilo de la música.
Aquel
entusiasmo, alocado y sin prejuicios, natural, nos llevo a ver que aquella
gente era muy especial, no solo por su estado, sino que por sus ganas de vivir,
se merecían vivir, y lo hacían como si fueran atletas, con fuerza y ambición.
Había una
chica de unos veintitantos años, paralizada de las caderas para abajo, que en
su silla de ruedas, moviéndose rápidamente, bailaba por entre la gente,
girando, parándose y moviéndose al ritmo de la música, y siguiendo el ritmo con las manos y la cintura, además era guapa,
simpática, y se reía y gritaba con un alegría increíble.
También un
muchacho de unos treinta años, con un nivel de paralización tal que necesitaba
permanentemente la asistencia de una muchacha, pues no solo no se tenía de pié,
sino que apenas se mantenía sentado en la silla de ruedas, tenía las manos
inútiles, y la cabeza se le caía, retorcida su cara en una máscara extraña.
La chica que
le atendía, le daba de comer, con su cuchara, la de élla, y además le sacaba de
la silla de ruedas, y le mantenía en vilo, arrastrándole por la pista, tratando
de animarle, el hombre apenas hablaba palabras entrecortadas.
Al cabo de
unos días, nos dimos cuenta, de que, el valor de aquellos muchachos sin esperanza,
y la entrega sin condiciones de los chicos que los atendían, hacían, que el mundo
fuese humanidad, y que mientras
existieran aquellos voluntarios, la vida sería algo que merecía ser vivida.
Fue una
experiencia muy enriquecedora, aprendimos a ver a los que eran diferentes, como
personas que tenían el valor de
vivir, que solo unas personas
excepcionales, podían seguir de pie, donde
el resto estarían con la cabeza hundida en el cieno de la desesperanza.
Vivimos en
ciudades, amontonados, pero tan juntos, que no nos vemos, tan pegados que no
nos podemos hablar, y tan separados nuestros espíritus, que no existimos más
que en lo profundo de nuestros egoístas espantos.
Algún día,
volveremos a separarnos, volveremos a vivir, volveremos a pensar que al lado
nuestro hay un ser humano, que ríe, sufre, ama o llora, pero no en soledad.
En la
soledad, que piensa en sí mismo, pero a
través de su hermano, sin que este vinculo tenga que ser solo familiar, es su hermano, porque está
vivo, porque sus vidas están entrelazadas por el amor.
Resulta más
real un ser humano sin brazos ni piernas, pero con la utilidad de su alma, que
un hombre aislado entre un millón de hombres.
NO ME GUSTAN LOS PULPOS CON MUCHOS BRAZOS, SIN ALMA NI LOS, NI LOS SANTOS VACIOS.
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