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27 noviembre 2006

EL VUELO


El vuelo

Sorprendido por un viento racheado, el libro en blanco remontó el vuelo y se elevó por los aires al encuentro de una bandada de aves migratorias, que en aquel momento pasaban por el cielo calmado de la tarde.

A caballo sobre una ráfaga, nuestro libro probó los primeros olores del cielo y del bosque y se asombró de la riqueza de matices que impregnaban el aire, sus hojas se fueron empapando de las sensaciones y su pequeña alma de libro grabó los primeros párrafos de su entorno impreso.

La tarde se tornó en noche y dio paso a los primeros vientos de estrellas, que surcaban el cielo azul oscuro en busca de los fantasmas que se escondían en lo alto de las montañas, y el libro escribió sus primeras páginas con los senderos de estrellas, coloreados con azules, rojos, rosados, violetas y verdes.

A través de los montes de ingentes alturas, de los desfiladeros, el libro se impregnó de los aromas fuertes del fuego, y de las rachas gélidas de los heleros en las montañas seculares que llenaron la eterna noche con sus fragancias, se estaba escribiendo un libro en lo más recóndito de las montañas y en lo más salvaje de la noche solada de estrellas.

La noche fue cambiada, y la luz tibia del amanecer encendió el horizonte, y el libro, con sus hojas temblorosas por el rocío de la mañana, descendió a los arroyos, y sin mojar sus hojas, respiró el aroma húmedo de las primeras luces.

Puso en sus hojas blancas los rumores del agua y las luces prendidas en las ramas verdes de la floresta, cómodo en la umbría del bosque, descansó el seno placentero de las hojas de pino exploradas por los primeros animalillos, apenas perceptibles por su tamaño y su silencio, pero existían y su pequeña parcela de vida se grabó en las hojas,

El sol asomó su orgullosa cabellera y las hojas de nuestro libro se atiesaron con su calor, voló él la luz radiante, y los campos de trigo le enseñaron su mar, y se extasió en sus olas color amarillo, y su aroma y su multitud, marcó un capítulo en sus hojas que se volvieron doradas, notó el humo de los pucheros que alimentaron sus hambres de vivir, notó el rumor umbroso de los arroyos y el verde sabroso de las huertas.

Probó la quietud de las siestas de los hombres, el calor zumbante de chicharras, y el respirar hondo de las bocas cansadas, y el sudor sin olor de los labriegos, que en su rudo laborar quemaban hasta la última gota de sus tejidos, cansados de soñar en las cosechas.

Y en el lento regreso a sus lares, con el polvo del camino y las lentas cantinelas, pensando en la lejana casa y las sabanas frescas, con olor a lavanda salvaje, y las lentas cenas con olor a sueño, sin otro palpitar que pensar en mañana, sin otro clamar que la espera de mejores tiempos.

Y un día al cabo de los tiempos alguien encontró el libro, entre las pajas del suelo y los sueños de los labradores.

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