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16 agosto 2006

MATRIMONIO Y CONVIVENCIA



Cuando una pareja decide compartir su vida de alguna de las formas en que esto se lleva acabo, parece lógico que intenten visualizar lo que va a ser en el futuro, su vida en común.

Pero esto está muy lejos de la realidad, en principio la institución del matrimonio, está un poco desacreditada, y no es aquella hipocresía del "contigo pan y cebolla".

En principio, suponer que dos personas que solo se conocen por lo que cada uno intenta hacer ver al otro, que normalmente es lo mejor que tiene, lleva incluido un gran riesgo, de cara a la convivencia, de dos en el mismo espacio.

Después, lo más difícil de una pareja es sobreponerse a las disensiones con la realidad de lo que debía ser y lo que es, no porque lo primero fuera necesariamente mejor, sino porque el espejismo de lo deseado, se nos aparece como el bien mayor.

En el campo el cielo parece estar más cerca de nosotros que en la gran ciudad, sabemos que no es cierto, pero nos gusta la ilusión que se produce; quizá lo que ocurre es que miramos con otros ojos lo que queremos que sea.

Yo me casé enamorado de la que hoy es mi mujer, no porque fuera la mejor, sino porque fue capaz de despertar en mi una ilusión, que había perdido paulatinamente durante lo años de mi adolescencia, no voy a decir que fui el más desdichado de los jóvenes de mi época pero tampoco fui el más afortunado.

Cada tiempo tiene su forma de enfocar las cosas, entonces nuestras jóvenes estaban educadas, para ver a los hombres en lo más refinado del machismo, el hombre había de ser, ante todo hombre, si además era inteligente, pues bien, si incluso era buena persona, pues vale, pero ante todo debía ser alto, fuerte, y guapo.

Entonces, lo más importante, no era ser, sino parecer ser.

Un hombre era lo que aparentaba, por lo que todos nos empeñábamos en ser lo más altos, elegantes y ricos; no obstante a la hora de la verdad, cada uno valía lo que valía y todos un poco menos de lo que aparentábamos.

Una mujer era tan decente, en principio, como parecía, y solo la ceguera natural de los primeros días, te hacía ver un hada en cada mujer, más adelante las cosas se iban situando en su justo sitio, y te enterabas si te había tocado un primer premio, o solo la pedrea.

El sistema de emparejamiento humano, era esto, una lotería, durante el noviazgo, que podía durar varios años, en mi caso ocho, en teoría servía para irse conociendo, pero esto era muy aproximado, pues al llegar al matrimonio, no sabíamos casi nada de la persona con quien íbamos a compartir una vida.

Compartir una vida, es vivir cada uno con los defectos del otro, todos los días de cada año, y apreciar sus afectos.

También, es disculpar sus errores, sus desatenciones, y su forma de ver las cosas, cuando estas se enfrentan con nuestros valores, arraigados.

Es comprender, que también es una persona con sus fallos, sus numerosos defectos y sus pequeñas miserias.

Si dos personas que apenas se conocen, apuestan por vivir juntos sus vidas, y lo consiguen, es porque Dios, o Alá, o Buda, o Quién Sea, a veces, se ocupa de que algunos de los millones de gusanos que llenan este planeta, coincidan y sean un poco felices.

Es un triste error suponer a los hombres, y mujeres, en posesión de la Eterna Sabiduría, para no errar al elegir su pareja, me suena a Castigo Eterno, demasiado largo para unas criaturas que terminan sin remedio.

Por esto o por lo que sea, nosotros, hemos sido dos-uno, que pueden convivir durante cuarenta y siete años, y seguir amándose.

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