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08 agosto 2006

LA MENTE


Es muy común pensar o más bien aceptar que la mente, reside en el cerebro, bien, está claro que en los estudios realizados se le define como centro neurálgico de todas las sensaciones, de todos los pensamientos racionales, de todas las funciones que el ser humano posee, mueve los miembros el cuerpo, y controla una gran parte de nuestras acciones.

Ahora bien, es preciso aclarar que además de todo esto, hay unas propiedades puramente psíquicas, que las tenemos pero como interiorizaciones, claramente sentidas, pero indudablemente no comprendidas, que en muchas ocasiones inquietan nuestro estado mental.

Es cuando estamos en la duermevela, medio despiertos, pero también medio dormidos, sentimos de pronto una sensación de extrañeza al encontrarnos en una situación no comprendida ni controlada, no sabemos donde estamos, y nuestro cerebro actualizado se encuentra fuera de tiempo.

Es que nuestro cerebro trabaja más rápido que la cadena de pensamientos adquiridos en un tiempo determinado, y no tenemos medio de comprobar con la debida rapidez si las sensaciones que produce esta cadena son reales, con lo cual ignoramos la veracidad de la información.

La mente no reside en el cerebro, sino, es un usuario de él, pero en todo caso: ¿La mente es el alma? ¿Con la muerte física desaparece el habitante del cerebro? Si es así, ¿Dónde va?

Todas las religiones tratan de darle un sitio adecuado, pero como no saben que es lo necesario para que la mente-alma, disfrute de la paz, siempre la dirigen a espacios inmateriales, pero la apetencia física se mantiene, y naturalmente son todos erróneos, si es inmaterial no necesita las apetencias del cuerpo, y material no puede ser pues ya sabemos ciertamente que éste se descompone y desaparece, y El Juicio Final, y todos los falsos Paraísos Religiosos, no son más que vanas ilusiones que tratan de imponer los diferentes credos religiosos.
Que estas divagaciones no aclaran el problema, cierto es, tenia que tener un cerebro magnificado, pero pienso, porque creo que así alimento mi cerebro, y quien sabe, quizá así bajó el mono de los árboles.

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